La lectura en la era digital

Por Daniel Morales

Hora pico y calor en la ciudad. En el recorrido que hace el colectivo 551, a medio camino, en la parada de Buenos Aires y Rivadavia, se sube una señora jóven que por su aspecto no tiene más de 35 años. Paga el boleto y se sienta en uno de los dos asientos que estaban libres, elige la ventanilla. Saca de su bolso negro, un libro. Se puede ver desde lejos en la tapa color naranja con letras multicolores "Amor, libertad y soledad". Dos paradas después, una adolescente, se sienta al lado de ella con los auriculares a todo volumen. Cierra los ojos, se queda anestesiada con la música y trata de desaparecer por un rato del lugar. Lo mismo hace su acompañante ocasional, las dos se compenetran en los suyo y simulan que todo lo de alrededor no existe más.
Las chica nació en la era digital. En lugar de leer, prefiere quedarse frente al monitor de la pc mientras convive en la aldea global de Internet, está más atenta a los celulares y a la tecnología.


De una encuesta realizada a 400 jóvenes de Mar del Plata surge que sólo el 6 por ciento lee novelas o cuentos por interés propio. El 57 por ciento lee libros, o manuales didácticos. Sólo el 12 por ciento lee diarios o revistas. Pero el 100 por ciento de los encuestados dedica al menos dos horas diarias a la internet.
¿Cómo hacer para que jóvenes educados por este desarrollo tecnológico se acerque el diario, o al libro tradicional? ¿Cómo atraerlos a la lectura silente, personal, libre?
Para Silvia Dellatorre, maestra y directora jubilada de una escuela bonaerense, la solución está en la escuela y en los principales actores que son los maestros y profesores y mucho tiene que ver en cuánto sientan la vocación las personas que están a cargo de la enseñanza de nuestro país.
"El Gobierno hace programas para el fomento de la lectura, pero muchas veces no se respeta. No sienten la vocación ni la importancia que tienen el aprendizaje a temprana edad y en adolescentes. Sólo si al que da la clase le gusta leer, se incentiva al curso a hacerlo", dice.
Pero ¿qué significa leer en la era digital?
Algunos sostienen que las horas dedicadas a Internet son perniciosas porque destruyen una cultura común valiosa que sólo existe a través de la lectura de libros.
Otros, sin embargo, señalan que Internet creó un nuevo tipo de lectura que las escuelas y la sociedad no deben descartar. La Web constituye un estímulo para la lectoescritura en el caso de adolescentes que de lo contrario pasarían más tiempo mirando televisión.
Los que están a favor de la Web piensan que los grandes lectores de Internet pueden llegar a superar a los que leen libros. Leer cinco sitios web, un artículo de opinión y uno o dos blogs -dicen esos especialistas- puede resultar más enriquecedor que leer un libro.
"Leer un libro de 400 páginas lleva mucho tiempo - dice Rand J. Spiro, profesor de psicología de la Universidad de Michigan- En la décima parte de tiempo, Internet permite abarcar mucho más sobre un tema desde diferentes puntos de vista."
Los que critican la lectura vía Internet señalan que no hay prueba alguna de que una mayor actividad en la Web contribuya a leer mejor. "Lo que se está perdiendo es la atención sostenida, concentrada y lineal que se desarrolla mediante la lectura", explica Dana Gioia, presidente del Fondo Nacional de las Artes.
Algunos especialistas sostienen que habría que redefinir la lectura. La interpretación de videos o fotos, señalan, puede ser una habilidad tan importante como analizar una novela o un poema.
Umberto Eco, escritor, filósofo, afirma en una entrevista realizada por Eric Fottorino que "en el futuro, la educación tendrá como objetivo aprender el arte del filtro . Ya no hace falta enseñar dónde queda Katmandú o quien fue el primer rey de Francia, porque eso se encuentra en todas partes. En cambio, habría que pedirles a los estudiantes que analicen quince sitios para determinar cuál es para ellos el más confiable. Habría que enseñarles la técnica de la comparación”.
En 2010, publicó “Nadie acabará con los libros”, con Jean-Claude Carrière. En ese libro sostiene que hasta el momento la manera más segura de conservar y transmitir la información. Por tres razones. En primer lugar, cree que es el más práctico para leer, aunque ahora haya jóvenes que dicen: “No, yo leo mejor en el iPad”. Después, está el amor por el objeto. “Si voy a mi sótano y veo mi “Pinocho” de cuando tenía 8 años y en el que había escrito cosas, me vuelven emociones que no encuentro en un disco que contiene el texto de Pinocho. Por último, teniendo en cuenta mi edad y si hubiera existido, no podría recuperar el disco de Pinocho porque se habría desmagnetizado. Eso es un problema: las computadoras cambian tanto que no sabemos cuál es la vida útil de un disco”.
Además sostiene: "Es necesario restablecer una cultura de monasterios, que en algún momento –yo ya me habré muerto, quizá – los que sigan leyendo tendrán que retirarse a grandes falansterios, al campo quizá, como los Amish de Pensilvania. Allí, se conserva la cultura y el resto, que flote como pueda flotar. Con 6 mil millones de habitantes en el planeta, no se puede pretender que haya 6 mil millones de intelectuales. Debemos ser un poco aristócratas desde ese punto de vista."
Los adolescentes de hoy son una generación digital. Chatean, viven inmersos en la música, y en el mundo de las imágenes estéticas no tradicionales en las que el relato no sigue un orden lógico sino que opera por yuxtaposición de escenas, enfatizadas por sonidos, donde prevalece el impacto sensorial antes que el tiempo intelectual. Proliferan los blogs, y los sitios personales en la Web.
La concepción comunicacional de los jóvenes es inmaterial, hipertextual y tribal. Constituyen tribus, tribus urbanas articuladas vía chat, unidas por vibraciones comunes en el campo de la música, portadores de ropajes no disciplinarios ni uniformes. Prefieren el off, por ejemplo, el teatro Off a los mundos oficiales. No están generacionalmente enfrentados con sus padres, sino escindidos de ellos. La fragmentación es su mundo. La Web, su canal comunicacional. La radio su compañía no intrusiva, la escuchan sin sentirse obligados a concentrarse en ella.
Y el libro, para algunos pocos, su amigo fiel. Para otros, algo aburrido, tedioso y pasado de moda.