Exorcizada me siento mejor


 Por María Florencia De Juan



1:04 de la madrugada, la televisión quedó encendida con el volumen al máximo y escuché los gritos de una mujer que estaba siendo agarrada de los pelos y golpeada con una agresividad contundente, sin embargo, el asombro de la imagen se disolvió cuando alcancé a leer la palabra dramatización en la pantalla.
Era una publicidad casi propaganda religiosa llamada  Pare de Sufrir, iglesia instalada en Mar del Plata en Salta 1555, desde hace más de 10 años.

La Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) es una agrupación religiosa fundada el 9 de julio del año 1977 en Río de Janeiro, Brasil por Edir Macedo Becerra, presente en más de 180 países en todo el mundo, incluyendo: Portugal, Estados Unidos, Rusia, Hong Kong, Japón, Francia, India, Israel, Sudáfrica, entre otros. La estructura de esta iglesia se basa en el obispo, principal autoridad y fundador Edir Macedo, luego a él le siguen los obispos generales, los pastores y finalmente, están los tradicionalmente llamados “obreros”, colaboradores que asisten de manera voluntaria a las reuniones.

Dejé la televisión prendida, y más de media hora de dramatizaciones después pude llegar a la conclusión de un  fenómeno particular. Los “tormentos espirituales”. Ver sombras, percibir cuerpos inexistentes, molestias físicas por detrás de la nuca, querer suicidarse y hasta sentir el olor de las flores del cementerio. ¿Las flores de cementerio tendrán un olor especial? Puede ser, pero esa no es la pregunta que quiero responderme.

Fue justamente días después cuando en el colectivo que viajaba un viernes a la tarde un señor, con cara de cansado, se sentó a mi lado y sacó de su bolsillo un pequeño libro que parecía tener la respuesta a la pregunta que yo buscaba. Esa pregunta era: ¿Realmente se puede ser feliz? La respuesta: Dios.

El día sagrado ya no es el domingo

En esa búsqueda sobre la respuesta verdadera a la felicidad me dirigí hacia la iglesia que publicitaba en la televisión. Allí me encontré con Jorge que hace doce años era borracho, drogadicto y ladrón. Hoy, atiende la puerta de entrada en una de las iglesias cristianas brasileras más reconocidas de Mar del Plata, La Iglesia Universal del Reino de Dios.

Su cara tiene algo especial al igual que su expresión desapacible al hablarme. Y su fe, indiscutible. Jorge me da la mano con fuerza y vigor, me dice bienvenida y cuenta con rapidez historias de macumbas, diablos y resurrecciones. Influencias
de la cultura afro-brasileña como el Candomblé y Umbanda que esta iglesia posee .  También me invitó a una misa especial que se realiza los viernes a las ocho de la noche.

-Porque Dios siempre está aquí, no sólo los domingos, por eso tenemos un día especial para cada problema que vos puedas tener. Los lunes, por ejemplo, es para que venga la gente que está sin trabajo- explicó Jorge.

L
a lucha contra todo el mal, los demonios, sanidades de almas, bendición en la vida económica, y especialmente la restauración de las familias, son los objetivos principales que la Iglesia Universal del Reino de Dios tiene.

La liberación en nombre de Jesús

Una semana después me encontraba otra vez en esa iglesia, llevada por un imán de curiosidad, nervios y escepticismo al punto de que toda la situación me parecía un chiste. Este salón enorme vagamente decorado y que era utilizado como cine años atrás, recibe por noche entre 120 y 200 personas. Una cruz de madera con una bandera roja por encima, un atril lustrado, una pantalla de proyector y la convicción infaltable de todos los que asisten allí. Además de una mesa con mantel blanco con revistas y folletos y una carpeta fotocopiada a color en donde pueden anotarse los 7 desafíos que el creyente quiera llevar a cabo, y en donde pueda también pegar las fotografías de sus familiares. Sobre la mesa, se encontraban a su vez vasitos con aceite de olivo bendito del huerto deGetsemaní —donde oraba Jesús—.

Pienso en que no importa dónde, ni cuándo o por qué. La salida es una y para estas 120 o 200 personas, creer es la solución ya que la fe supera cualquiera margen de error. Desde curar una simple depresión hasta borrar siete quistes cancerígenos en el seno de una mujer. Todo es posible, allí, ese viernes a la noche en Mar del Plata.
El manto rojo con una cruza blanca sobrepasa nuestras cabezas, mientras que el pastor grita un balbuceo indescifrable. Todas las caras me parecían desconocidas, aunque era yo la desconocida para ellos. Entre pasada de manto y mini descansos de 5 minutos, mujeres de falda azul, zapatos de tacón y blusa blanca, bien peinadas y maquilladas, y hombres de traje, paseaban con bolsas de terciopelo bordó para recoger ofrendas. Yo tenía algunos pesos, dudé en darlos, pero no lo hice. Otros a mí alrededor daban desde diez a treinta o cincuenta pesos. Y miraban ansiosos por el momento más esperado. El momento del exorcismo.



Otra vez esas mujeres y hombres bien arreglados recorrían los pasillos, aunque en búsqueda de los poseídos.
Yo los miraba, y ellos a mí, cerré los ojos por pedido del pastor. Para cuando me di cuenta mis manos ya estaban todas sudadas. Y, el corazón se aceleraba, de repente creía en algo imposible. Me preguntaba: ¿Tendré un espíritu maligno? ¿Seré el mismísimo diablo?

 Dudé del pedido del pastor y abrí los ojos otra vez. Me mareé entre gritos y un balbuceo constante de español y portugués.
Seguían gritando a mí alrededor, me mareaba más. Cerraba  y abría los ojos. Al abrirlos nuevamente, una de las mujeres se acercó y me tomó de la cabeza, gritó sin parar:

 – Salí, salí con las piernas para atrás, te pido que salgas- exclamó esta señora al demonio que supuestamente tenía adentro.

Y yo creí, me dejé, me sentí casi abusada por como la mujer tomaba mi cabeza y mi nuca con las dos manos.
Ella hablaba en idiomas que no entendía. Me reventaba el tímpano derecho con gritos constantes, estaba a punto de desmayarme, me di cuenta de que mis pies se movían solos. Pidió mi nombre, preguntó por mi nombre y yo dije Florencia. Me preguntó otra vez, repetí otra vez. Pero pedía el nombre del demonio, del espíritu maligno, no el mío. Intenté gritar en una especie de risa sardónica, pero no me salió.

Esta mujer de alrededor de 40 años, con cabello rubio oxigenado y manos ásperas me gritó en nombre de Iemanjá, divinidad africana que representa el mar, la fertilidad y protectora del hogar y la familia, de los barcos y los pescadores. Además vociferó otros dioses y santos que no pude descifrar. También me dijo que estoy triste, que tengo una vida desdichada, que grito y me quejo constantemente todo el día, pero que esa no soy yo en realidad. Que me libera en nombre de Jesús de Nazaret.

Me tenía agarrada, mis manos estaban dormidas, mis pies también, sólo me sostenían sus brazos. Sentí tanto que dejé de sentir. Creí tanto que dejé de creer. Y pensé en el auto-convencimiento de algo irreal. Y vi ese poder en cada una de las personas que me rodeaban. Al fin y al cabo, ellos, sólo necesitan un poco de contención, como todos.