Destino Final


Por Gonzalo Gobbi

¿Acaso los exámenes finales imponen mayor temor que los parciales? Sobre los primeros días de diciembre una extraña sensación comienza a recorrer las emociones de cada estudiante, similar a la vivida sobre el cierre del primer cuatrimestre, aunque mucho más intensa. Es la inminente e inevitable llegada de los finales. El esfuerzo de un largo año de estudio puede derrumbarse con tan solo responder incorrectamente a las consigas plasmadas sobre el examen. La tensión aumenta, y el posible fracaso resulta ser un tormento difícil de eludir.
Si prepararse para un parcial puede ser motivo de nervios en el marco de una película dramática, un final puede destruir la tranquilidad y ser el protagonista de film de terror al estilo Stephen King. Frente al árbol de navidad cuyos adornos reflejan la luz de un sol casi de verano, sentado sobre una silla con decenas de fotocopias sobre el escritorio yace el joven preocupado por su destino incierto, inquieto por lo que le espera, ansioso por sacarse la materia de encima y deseoso de concluir el año con éxito. Tras suspender tentadoras reuniones con amigos y con los hábitos de comer y dormir totalmente cambiados, lo que resta para el día esperado de poner a prueba el conocimiento frente a una hoja en blanco parece siempre insuficiente. “¿Y la semana próxima debo rendir otro?”, da igual, paso a paso hay que liberarse y enfrentarse a un camino con final incierto.
Completadas las dos primeras lecturas, los repasos resultan siempre insuficientes, y jamás falta un colega que altere aún más al estudiante: “Me parece que esto otro también entra en el temario”. Aquello que debe leer, comprender, interpretar y tener en claro parece inagotable y nada logra bajar las aceleradas pulsaciones.
La noche anterior, el tal vez “futuro desaprobado” coloca inútilmente el despertador en el horario de siempre, aunque claramente sabe que no podrá conciliar el sueño gracias a lo que le espera al día siguiente. Con el rostro apoyado sobre la almohada, conceptos y definiciones no dejan de aparecer una y otra vez en su mente turbada mientras una voz interior reclama silencio para poder dormir algunas horas.


“¿Me dormí o estuve despierto toda la noche?”, “¿Llego tarde?”, “¿Hay tiempo para otro repaso?”. El café de esa mañana sólo sabe a incertidumbre y el vacío sobre el estómago parece ser un mal augurio para la próxima experiencia frente al final. Tras superar el frustrado deseo de una postergación del examen, las expresiones de los compañeros de facultad en la puerta del edificio siembran aún más dudas en un mar de preocupación sobre el que el joven estudiante naufraga sin escapatoria.
Aquella compañera que diariamente capta su atención, esa mañana pasa absolutamente inadvertida para el alumno, quien comienza a ver en el rostro del profesor, signos, imperceptibles para el ojo común, de maldad, crueldad y hasta satisfacción por haber inculcado temor durante la última semana. Los exámenes comienzan a ser repartidos, ya no queda tiempo para escapar.

Resignación y maximización de la dificultad de los interrogantes. Llegó la hora. El estudiante frente al final, cara a cara, un desafío que ya ha atravesado alguna vez, pero que jamás dejará de atormentarlo. Ese papelito envuelto y guardado en el bolsillo izquierdo con importantes apuntes defraudaría la confianza, pero todo lo estudiado parece haber desaparecido. La lapicera de pulso inquieto queda apoyada sobre la hoja, y es hora de saber la verdad. “Que sea lo que Dios quiera”, se dice, mientras temeroso comienza a escribir lo que será su destino final.

Estudiar en Mar del Plata para trabajar en Buenos Aires.

Por Eugenia Pandín, Florencia Perissé y Gonzalo Gobbi

La vida de un estudiante está muchas veces sujeta a las decisiones tomadas. ¿Qué carrera puedo estudiar?¿Cuál es mi vocación? ¿Dónde debo cursarla?
Inevitablemente, la respuesta a cualquiera de las preguntas elementales y necesarias que debe plantearse un alumno, acarrea una decisión que marcará el sentido del próximo paso. Asimismo, sobre el punto medio y las instancias finales de una carrera, suele nacer un temor absolutamente justificable que tiene que ver con la inserción laboral y la oferta que presenta Mar del Plata en relación a la profesión- aún en formación- elegida. ¿Será necesario redicarme en otra ciudad como Buenos Aires para obtener un empleo bien remunerado o se trata tan solo de un mito?
Cuando la oferta laboral es ampliamente superior a la demanda- por el abultado número de jóvenes que emergen de cada carrera año tras año -, los trabajos disponibles en la ciudad presentan reducidas posibilidades de progreso y éxito profesional, al mismo tiempo que la competencia influye en una baja generalizada en los salarios. Sin ir contra la corriente y tomando conciencia de la situación que presentala localidad, estudiantes universitarios y terciarios concluyen sus estudios con intensas ambiciones de perseverar, aumentar su experiencia y triunfar en el ámbito elegido, para lo que muchas veces, las opciones disponibles en Mar del Plasta resultan insuficientes.



Si bien la competencia y las exigencias en Buenos Aires son aún mayores, muchos estudiantes marplatenses evalúan la posibilidad de abandonar la ciudad para radicarse en Capital Federal con el objetivo de encontrar el éxito dentro de la profesión elegida, aunque el arraigo puede convertirse en un condicionante de la inserción laboral.
¿Qué siente un estudiante a la hora de tomar la decisión de dejar Mar del Plata para mudarse a Capital en busca de una opción que la ciudad no pudo darle?
Romina tiene 24 años y está tan solo a unos pasos de concluir la carrera de Contador Público en la Universidad Nacional de Mar del Plata. “ Me duele saber que dentro de poco tiempo voy a tener que irme a Buenos Aires a trabajar porque acá las posibilidades de encontrar un buen trabajo que te permita progresar son muy pocas”, sostuvo la alumna y agregó que “ es una lástima que una localidad con tanta industria y movimiento turístico ofrezca empleos que no están bien pagos para los profesionales. Además acá no hay muchas posibilidades de progresar, en cambio en Capital la situación es distinta y hay más opciones para capacitarse y tener el éxito que muchos estudiantes buscamos para un futuro cercano”.
La opinión de Marcela (37) no varía demasiado pero quizá está enfocada desde la experiencia y su estadía en Buenos Aires. “Cuando estaba por terminar la Licenciatura en Administración de Empresas en Mar del Plata, ya sabía que iba a atener que radicarme en Capital para conseguir el trabajo que buscaba, porque acá las posibilidades de crecer en lo mío eran pocas, y más sin experiencia. Me fui para allá y me costó adaptarme pero empecé a trabajar en el Banco Galicia y después en la administración del supermercado Easy. Ya con más experiencia en la vida y el paso por un par de trabajos más, volví a Mar del plata y si bien me reencontré con posibilidades bastantes reducidas y poco interesantes, me quedé acá porque es donde tengo mi familia y mis amigos. Laboralmente estaba mejor en Capital, y está mal que pase eso, pero no pude con la idea de estar lejos de mi ciudad”, explicó.

Natalia (24), a quien le falta sólo unas pocas materias para recibirse de psicóloga en la Universidad Nacional de Mar del Plata, también coincide con la necesidad casi inevitable de buscar un lugar profesional en un ámbito donde pueda progresar como es Buenos Aires. “A mi pesar sé que acá me va a resultar muy difícil vivir de mi profesión, por eso no voy a tener otra opción que no sea la de irme a otro lugar. Me encantaría poder quedarme acá porque aunque soy de Tandil ya me acostumbré a vivir en Mar del Plata. Me siento cómoda y la mayoría de mis amigos están acá. Pero lamentablemente está localidad carece de una buena remuneración económica en lo que respecta a mi profesión”.
¿Es justo tener que irse a otro lugar para triunfar profesionalmente? Las personas consultadas relacionaron a esa decisión con una “frustración” que comenzó a emerger durante la última instancia de la carrera. ¿Qué debe cambiar en Mar del Plata para dejar de exportar profesionales locales?
Probablemente esto tenga que ver con las cifras recientemente difundidas por el INDEC sobre desempleo, en las que se sostiene que nuestra ciudad está entre las dos localidades- junto a Santa Fe- con más personas desocupadas. El 10,3 % de los marplatenses carece de un empleo fijo y la cifra no hace más que alertar a los estudiantes aún en formación. Entre la creencia y la sensación popular, la idea que alude a que en Buenos Aires existen mayores posibilidades de éxito, tal vez en muchas ocasiones se trata de una realidad que – por desgracia- supera ampliamente al mito.