En colectivo: Paseo por la costa




Por Juan Manuel Salas

Mar del Plata esconde muchos misterios, contradicciones y encantos, sobre todo en la costa, su gran postal. Recorrerla no es algo imposible, solo cuesta cinco pesos y tiempo. Eso es lo que sale un boleto en el colectivo 221 que va por toda la costa, desde Santa Clara hasta Playa Serena.
El domingo 13 de mayo se presentó sin fin de semana largo, sin turistas, Dakar, o algún evento político. En contra del otoño característico, la temperatura a la tarde era de 17º y el sol invitaba a que las mujeres se animen a destaparse un poco y que la costa sea el punto de encuentro de todo marplatense.
El colectivo inicia su recorrido a las 17.20 en Santa Clara y no hay tránsito, en verdad no hay casi nada, sólo algunos perros. El mar en la zona choca contra acantilados y algunos hombres pescan como excusa para estar tranquilos, tomar una cerveza y sentir la naturaleza, aunque estén a diez minutos de una M gigante amarilla que vende las hamburguesas más artificiales del mundo.
Dobla por Independencia y  la imagen se vuelve violenta: edificios en construcción, al lado de otros edificios en construcción con carteles gigantes de ofertas, parece que la ciudad entera está en venta o en alquiler. El recorrido continúa por Luro, bordea la peatonal, el Casino y una fuente que escupe agua potable rodeada de palmeras destinadas a morir en un clima que está lejos de ser el suyo.
Avanza por Colón, otrora una avenida con chalets de techo a dos aguas y hoy encerrada por paredes de cemento que llegan hasta el cielo. El colectivo sube la loma poco a poco, con la esperanza de que el mar esté del otro lado y al llegar al lugar prometido todo es autos, motos, bocinas y estrés en una ciudad que no conocía el significado de esa palabra.
Todavía es de día, pero el sol se esconde por vergüenza ajena antes de tiempo en los edificios y deja a las playas entre sombras, una de las postales más tristes (y menos vendidas) del progreso en “La Feliz”.
Cuando el colectivo cruza Juan B. Justo la ciudad parece otra; el puerto no encaja, está oculto y sólo se muestra para los marineros, trabajadores o perdidos. El recorrido pasa por los astilleros con sus barcos: algunos naranjas por la típica pintura y otros por el óxido, el descuido y el olvido.
Se ve la reserva natural del puerto con un cartel que dice: “Este predio es propiedad del Club Atlético Aldosivi”. Parece que los edificios no son lo único que estaba en venta.
Son las 18.40, casi una hora y media después el viaje por la costa llega a su fin, la temperatura bajó considerablemente y el frío húmedo se siente en los huesos. Es de noche, la luna se asoma sobre el mar, el Faro de Punta Mogotes ilumina la tierra para los viajeros y miles de luces a los lejos, desde misteriosas ventanas, empiezan a encenderse y hacen que las contradicciones de la ciudad, entre la civilización y naturaleza, se noten más todavía, volviéndola encantadora.

 Foto: http://ar.fotolog.com/fana_debondis/