El virus del miedo



 

                                                                                                                      Por Juan Salas

En la Argentina, según las últimas estadísticas oficiales, existen unas 130  mil personas infectadas de SIDA, y los números con los que se propaga la epidemia crecen año a año. En nuestro país cambió la forma de transmisión: en los 80s y parte de los 90s la principal vía de transmisión era a través de las drogas intravenosas, ahora es por transmisión sexual. Antes los más afectados eran drogadictos y homosexuales, ahora heterosexuales y mujeres, por ser más vulnerables al contagio del  virus.
 En Mar del Plata cualquiera se puede hacer, de manera gratuita, el análisis para saber si tiene VIH o SIDA en el Instituto Nacional de Epidemiología “Dr. Juan H. Jara”, España 679.

 
   Jueves por la mañana y Fulano se levanta temprano. Se baña, se viste, se lava los dientes y sale sin desayunar, tiene que estar en ayuno para los análisis de sangre, para hacerse la prueba de VIH o SIDA, como quieran llamarlo.
  Está preocupado, durmió mal, imposible para él descansar con tantas pesadillas, cómo buscar el sueño cuando en su mente desfilaban noches en cualquier orden, recuerdos de mujeres, sexo, forros, excesos y la necesidad de saber si hubo algún error, algún descuido. Ese miedo porque el SIDA sea algo más que unas siglas, que una enfermedad de los que no tienen rostro, que una epidemia, que deje de ser un fantasma y se vuelva realidad, su realidad. 
  Camina lento yendo para el Instituto Nacional de Epidemiología “Dr. Juan H. Jara”. Desganado, se siente un paria por el sólo hecho de tener dudas e ir a hacerse el análisis, por la mínima posibilidad de estar infectado. Son pasadas las 9 de la mañana, está nublado, a punto de llover, el escenario ideal para que piense todo otra vez.
  La abstinencia es el único método seguro para evitar el contagio del VIH por transmisión sexual, pero Fulano no es tan extremista, siempre confió en los preservativos. Antes su gran preocupación era dejar a una chica embarazada, una a la que ni siquiera le preguntó su apellido, pero se da cuenta que el miedo es mayor porque nunca le pidió a ninguna un análisis de sangre. ¿Y cómo hacerlo? “Hola, ¿cómo te llamás, cuántos años tenés, tenés SIDA?”. No parece ser una buena forma de levantarse a una chica en un bar.
Se pregunta en qué momento el sexo se volvió tan peligroso. Entiende, tal vez tarde -o con paranoia-, que la vida es un bingo, que cuando a uno le toca, le toca. Que las noches de sexo con cualquiera son como jugar a la ruleta rusa: la bala no sale muchas veces y uno celebra el momento, la adrenalina le da sentido a la vida, pero con una bala es suficiente. Uno puede vivir con suerte, pero ¿por cuánto tiempo?
  Llega al Instituto de Epidemiología y lee un cartel: “En esta institución solamente se atienden pacientes con sospecha o diagnóstico de: tuberculosis, enfermedades de transmisión sexual, HIV-SIDA o derivaciones de médicos por consulta”.
 Va hacia el mostrador y explica que es la primera vez que viene, toman sus datos, le dan el turno y lo mandan a esperar. Se sienta en un pasillo a que lo llamen, mientras mira a otras personas; a un tipo que esconde unos tatuajes que parecen de cárcel, a unas chicas que no superan los 18 años y a una pareja que se los ve muy contentos a punto de hacerse los prenupciales. Todos le esquivan la mirada, no quieren ver los ojos de quien se está por hacer EL análisis, de quien puede ser un nuevo paria.
  Pasaron unos largos 20 minutos, se abre una puerta y el psicólogo Carlos Krimer lo llama a Fulano para que pase. Krimer tiene unos 50 años, es el encargado de entrevistar a los que se van a hacer el estudio del HIV. Considera que el SIDA no sólo deprime al sistema inmunológico, sino que también emocionalmente a quien lo padece. Dice que es fundamental la contención y por eso él está especializado en este campo.
-¿Venís por el HIV?
-Por el estudio, sí.
-¿Cuántos años tenés?
-28.
-¿Es la primera vez que te hacés este estudio?
-Sí.
-¿Tuviste sexo sin protección?
-Sí.
-¿Tenés pareja estable?
-No, por eso yo quería saber cada cuánto recomienda usted que uno se haga este análisis.
-No pibe, yo recomiendo que uses profiláctico siempre. Este estudio no es una vacuna, sirve para que vos te enteres si te contagiaste o no. Igual eso es mucho, es un problema al ser una enfermedad asintomática, porque hay muchas personas que no saben que portan HIV y por esa ignorancia se propaga más la epidemia.
-Pero qué probabilidad puedo tener yo de contagiarme, en el sexo oral nunca usé protección y bueno…
-En el sexo oral hay riesgo de contagio, pero menos que en la penetración. No te puedo decir qué probabilidad hay, porque no se sabe, no es exacto, pero si evitás ciertas prácticas o te cuidás más es menos riesgoso.
-Es bueno saberlo, pero estaba más tranquilo en la ignorancia.
- Listo andá a pedir la jeringa descartable, suerte y usá siempre profiláctico así no te hacés nunca más este análisis.

  Otra vez espera, la preocupación, las dudas. Nuevas personas en la sala agachan la cabeza, otra vez le esquivan la mirada. El tipo del tatuaje ya no está, las adolescentes se fueron y la parejita feliz de los prenupciales vive el momento del análisis como el preámbulo de su matrimonio, mientras que Fulano lo vive como el preámbulo de convertirse en un fantasma vivo. Lo llaman, el trato con la enfermera es cordial. Le busca la vena, le pincha el brazo con la aguja y le saca sangre, roja, espesa ¿saludable?
  Los miedos de Fulano son como los de Mengano o Sutana, son los miedos de amigos de amigos que pasaron por lo mismo, de conocidos lejanos. El SIDA es eso lejano que pensamos sólo le puede pasar a otros.
  El miedo de Fulano es real, una posibilidad que existe. Fulano puede ser cualquiera, pero hoy se llama Juan Manuel Salas, quien escribe estas líneas y, en 15 días, cuando tenga los resultados de sus análisis será como tener una pistola apuntando a su cabeza jugando a la ruleta rusa, con la esperanza de que al leerlos, apretar el gatillo y que la bala no salga.