Tecnoestrés, una epidemia silenciosa



Por Sofía Fabiano y Paz Herrera

Con los cambios que trae aparejado el siglo XXI, la ansiedad cada vez se hace más frecuente en la sociedad. El hecho de trabajar  más tiempo, de correr de un lado para el otro, de las redes sociales y del estar conectados las 24 horas genera que las personas tengan menos tiempo para disfrutar de su vida personal. 

En una entrevista realizada a la licenciada en Psicología Marcela Sánchez (Mp 71157) manifestó: “El trastorno de ansiedad es el mal del momento. Son épocas que vas teniendo diferentes patologías y la ansiedad es actual. Pero es actual por el estrés en el que estamos inmersos”. 
 
Pero, ¿Qué es la ansiedad? La ansiedad es una respuesta involuntaria del organismo frente a estímulos externos o internos, como pensamientos, ideas, imágenes, que son percibidos por la persona como amenazantes y peligrosos. 

Es un estado en el cual el individuo  tiene ganas de hacer más cosas, o tiene mayores preocupaciones, genera más movimiento para estar más atento. A veces, hasta llega a generar malestar.  

Cuando la ansiedad se une a la tecnología con la cual convivimos diariamente se presenta el tecnoestrés que, como su nombre lo indica, “es cualquier impacto negativo de la tecnología en las actitudes, pensamientos, comportamientos o la fisiología del cuerpo de un individuo”. Este término se hizo popular en 1997 gracias a un libro de Larry Rosen y Michelle Well llamado Technostress.
 
 “No sé si la tecnología afecto a la ansiedad, lo que yo veo en los adolescentes es que se vuelcan mucho a la tecnología porque no tienen con que cubrir sus espacios. Tiene que ver mucho con la soledad, con no compartir momentos en familia porque, por ejemplo, los padres trabajan y pasan mucho tiempo solos y es una manera de ocupar el tiempo.  El problema es cuando nos pasamos del otro lado y lo único que prevalece es la tecnología. Entonces si les genera ansiedad porque se enganchan tanto con esto que después no pueden dejar el juego”,  explicó Sánchez. 

El fenómeno de tecnoestrés influye más en los adolescentes porque los adultos no se criaron con la tecnología que vemos hoy. Según la licenciada, “la adolescencia de ahora vive con la tecnología, es necesaria y está bueno. Pero muchas veces la tecnología tapa soledades. Al estar mucho tiempo afuera de casa por el trabajo, los chicos quedan solos y a veces los padres dicen  ‘está en la computadora, está tranquilo’ pero se escapan estas otras cosas que provocan  que hace que se metan demasiado en la tecnología para tapar todas estas angustias”. 

Pero esta nueva forma de ver la ansiedad no afecta solamente la vida de cada individuo, si no que traspasa la vida en grupo. Trae problemas a nivel de relación familiar y con el otro. No se comparte una mesa, no se comparte una charla. No se comparten reuniones de amigos porque si todos están con el celular, se pierde el diálogo. 

“Con un tratamiento adecuado se puede llegar a erradicar el problema definitivamente. Para los casos más graves, existen fármacos con los que se controla o disminuye las crisis de ansiedad, así como su intensidad o frecuencia”, concluyó la licenciada Sánchez. 

Foto:  elmercurio.com.mx

Adopciones: el milagro de encontrar familia cuando se es adolescente



Por Jorgelina Jofré y Bruno Perrone
 
Parecía perplejo ante el televisor, pero ni siquiera lo miraba. De hecho, no era ni capaz de retener las frenéticas imágenes que irradiaba esa pantalla de colores. Su deseo era otro. Buscaba, como sea, hacer perdurar esa escena. Conservarla, resguardarla, contenerla. Hacerla propia. De la misma manera en que esa mujer lo contenía a él, en ese momento mágico que se gestaba en el regazo de sus piernas. Es verdad: él ya tenía 10 años, pero poco le importaba. Allí, rodeado entre esos brazos, se aislaba de todo lo que quería aislarse. Sentía todo lo que quería sentir. Sentía el calor materno, el abrazo, el amor. Se sentía, en definitiva, parte de una familia.  

Intentar retratar los sentimientos que florecen ante una adopción puede hasta parecer un acto mágico. Pero permite vislumbrar, a primera vista, dos lazos que unen a ambas partes en su deseo: la gran expectativa y, en cierto modo, la incertidumbre que rodea tanto a los cientos de chicos que toda la vida buscaron padres, como a los miles de padres que toda la vida buscaron hijos.

En Mar del Plata, son cerca de 1800 familias las que buscan adoptar y están en condiciones de hacerlo. El número se desprende de los 300 legajos que, en promedio, se tramitan a diario en cada uno de los seis Juzgados de Familia que corresponden al Departamento Judicial del distrito de General Pueyrredon.

 “Dentro de los pedidos para ser papás, los expedientes pueden ser de parejas casadas o concubinarias, monoparentales, sólo mujer o sólo varón. La verdad que es muy amplia la gama para la formación de un familia”, destacó la titular del Juzgado de Familia N°5, Clara Obligado.

Sin embargo, si se observa en detalle las solicitudes de adopción que presenta cada familia en la ciudad, la demanda no resulta tan “amplia”. La estadística que aporta la jueza es más que gráfica y contundente: en el 90 por ciento de los legajos, únicamente se pide por niños de hasta 2 años.

“Estamos en ese porcentaje y un poco más también. Muy pocos son los que buscan niños de 2 a 7 años y de 7 a 14. De 17 años ya ni hay que pensar: para estos casos, no hay familias. Pero esto no sólo es en Mar del Plata, sino que pasa en toda la Provincia de Buenos Aires”, advirtió.

Las razones parecen ser tan múltiples como complejas, pero la magistrada sintetizó la problemática y atribuyó la elección de los padres a su “responsabilidad”. “Yo creo que eligen a los más chicos porque son realmente responsables y saben que con eso pueden. Que elijan preferentemente de 0 a 2 años, es algo sano, no es malo. Porque si elegís más de lo que podés, no le vas a poder dar a tus chicos lo que necesitan”, dijo, aunque reconoció: “Que sea sano tampoco significa que es conveniente”. 

El fracaso en la construcción del vínculo familiar

Hablar del proceso de adopción es mucho más que papeles y meras legalidades. No se extiende sólo a un juez, un abogado, una familia dispuesta a dar amor a un hijo ni a un niño que espere recibirlo. Construir un vínculo padre-hijo o hijo-padre requiere de mucha paciencia, mucho afecto, pero sobre todo, deseo de involucrarse y sanar historias pasadas. Tanto por las historias que traen los padres, que por diversos motivos no han podido concretar su sueño, así como también, por las historias que traen los niños. 

En ese sentido, Obligado profundizó sobre el dilema que atraviesan los adolescentes que no han logrado asentarse en un grupo familiar y que ya están próximos a cumplir la mayoría de edad. “Los chicos que llegan a los 15 o 17 años sin familia adoptiva, es porque ya han tenido otras experiencias que han fracasado. Y tienen que hacer un duelo después de ese ‘doble fracaso’. Para cada persona es distinto y eso lleva un tiempo que puede ser años”, explicó.

De todos modos, la jueza remarcó la incapacidad de los padres adoptivos como la traba principal que impide consolidar los vínculos con sus hijos. “La relación no fracasa porque el niño quiere fracasar, sino que los padres no tienen las fuerzas y energías para construir sobre lo construido. Les cuesta mucho reciclar, que es barajar y dar de nuevo una vida familiar”, sostuvo.

“Si bien la adopción hoy está construida desde el niño, los que tienen que hacer el laburo y el trabajo sucio de mucho emprendimiento son los adultos. El niño nunca falla. Si son adultos y hacen los deberes, ese chico se queda para siempre en la casa”, aseguró, y agregó: “En mi experiencia, las adopciones fracasan por la ineptitud y el no poder de los adultos. Cuando un día llega un hijo, desde ese día hay que comenzar a vivir en función de ese niño, y hay algunos adultos que pueden y otros que no”.

“Cajas vacías” que llegan a los hogares     
 
En su vasta experiencia como Jueza de Familia, Clara Obligado rememoró en la entrevista algunas de las fuertes historias de vida que han atravesado a la infinidad de niños y familias que pasaron por su juzgado.  Fue así que puntualizó en el caso de una nena de apenas 5 años, que ya debía hacerse responsable del cuidado y la alimentación de su hermana.

“Ella tenía que despertar a la madre para que le dé la teta a la bebé. Iba hasta a su habitación y luego se la ponía en el pecho para que la amamante. La mujer, ni se enteraba: estaba totalmente dormida y drogada”, relató la magistrada.

Sin embargo, en la diversidad de las historias de vida que recordaba la jueza había un factor en común que podía advertirse con claridad: la falta de afecto en los niños. “El hijo adoptivo es una persona que necesita mucho afecto, que no lo tuvo de niño y si lo tuvo lo tuvo mal, y cuando llega a la casa de los padres adoptivos es alguien vacío que requiere durante un tiempo que lo llenen”, explicó al respecto, e insistió: “Tiene que haber mucho entendimiento del padre adoptivo”.

En este sentido, la titular del Juzgado de Familia Nº5 hizo mención de las sensaciones que le había transmitido tiempo atrás una adolescente de 14 años, que ya tenía familia adoptiva: “Yo soy como una caja – le explicó la joven a la jueza - van a buscarme, vos me elegís la familia, me la presentás y me llevas. Cuando llego a la casa, todos están atrás de esa caja con moño. Porque es algo que atrae, es una sorpresa, una alegría. Pero cuando me abren esa caja está vacía, y lo único que pueda dar es mi imagen. Soy una foto sin nada detrás. Necesito que nos llenen de afecto, de cuidados, de leyes, de normas, de reglas, de retos, de penitencias, amor, abrazos viajes. Y cuando la caja se llena recién ahí puedo empezar a devolver algo de afecto, amor y una caricia.

Al seguir refiriéndose a las situaciones de los chicos que logran ser adoptados a mayor edad, Obligado reconoció algunas actitudes distintivas de esos jóvenes que tienden a “intentar estirar un poco más esa juventud”. “Cuando son más grandes los hijos adoptivos hacen como un retroceso. Teníamos un caso de un nene de 10 años, con una hermana de 11, y la madre nos contaba que cuando estaban mirando la televisión el niño se sentaba en su regazo y se acurrucaba como un bebé, y se quedaba así. Lo que él quería evidentemente era estar en el regazo para construir ese útero exógeno que es el abrazo de la madre”, graficó.