Por Jorgelina Jofré y Bruno Perrone
Parecía perplejo ante el televisor, pero ni siquiera lo miraba. De
hecho, no era ni capaz de retener las frenéticas imágenes que irradiaba esa
pantalla de colores. Su deseo era otro. Buscaba, como sea, hacer perdurar esa
escena. Conservarla, resguardarla, contenerla. Hacerla propia. De la misma
manera en que esa mujer lo contenía a él, en ese momento mágico que se gestaba
en el regazo de sus piernas. Es verdad: él ya tenía 10 años, pero poco le
importaba. Allí, rodeado entre esos brazos, se aislaba de todo lo que quería
aislarse. Sentía todo lo que quería sentir. Sentía el calor materno, el abrazo,
el amor. Se sentía, en definitiva, parte de una familia.
Intentar retratar los sentimientos que florecen ante una adopción
puede hasta parecer un acto mágico. Pero permite vislumbrar, a primera vista,
dos lazos que unen a ambas partes en su deseo: la gran expectativa y, en cierto
modo, la incertidumbre que rodea tanto a los cientos de chicos que toda la vida
buscaron padres, como a los miles de padres que toda la vida buscaron hijos.
En Mar del Plata, son cerca de 1800
familias las que buscan adoptar y están en condiciones de hacerlo. El número se desprende de los 300 legajos que, en promedio, se
tramitan a diario en cada uno de los seis Juzgados de Familia que corresponden
al Departamento Judicial del distrito de General Pueyrredon.
“Dentro de los pedidos para ser
papás, los expedientes pueden ser de parejas casadas o concubinarias,
monoparentales, sólo mujer o sólo varón. La verdad que es muy amplia la gama
para la formación de un familia”, destacó la titular del Juzgado de Familia
N°5, Clara Obligado.
Sin embargo, si se observa en
detalle las solicitudes de adopción que presenta cada familia en la ciudad, la
demanda no resulta tan “amplia”. La
estadística que aporta la jueza es más que gráfica y contundente: en el 90 por
ciento de los legajos, únicamente se pide por niños de hasta 2 años.
“Estamos en ese porcentaje y un poco más
también. Muy pocos son los que buscan niños de 2 a 7 años y de 7 a 14. De 17
años ya ni hay que pensar: para estos casos, no hay familias. Pero esto no sólo
es en Mar del Plata, sino que pasa en toda la Provincia de Buenos Aires”, advirtió.
Las razones parecen ser tan múltiples como complejas, pero la
magistrada sintetizó la problemática y atribuyó la elección de los padres a su
“responsabilidad”. “Yo creo que eligen a los más chicos porque son realmente
responsables y saben que con eso pueden. Que elijan preferentemente de 0 a 2
años, es algo sano, no es malo. Porque si elegís más de lo que podés, no le vas
a poder dar a tus chicos lo que necesitan”, dijo, aunque reconoció: “Que sea
sano tampoco significa que es conveniente”.
El fracaso en la construcción del vínculo
familiar
Hablar del proceso de adopción es mucho más que papeles y meras legalidades.
No se extiende sólo a un juez, un abogado, una familia dispuesta a dar amor a
un hijo ni a un niño que espere recibirlo. Construir un vínculo padre-hijo o
hijo-padre requiere de mucha paciencia, mucho afecto, pero sobre todo, deseo de
involucrarse y sanar historias pasadas. Tanto por las historias que traen los
padres, que por diversos motivos no han podido concretar su sueño, así como
también, por las historias que traen los niños.
En ese sentido, Obligado profundizó sobre el dilema que atraviesan los
adolescentes que no han logrado asentarse en un grupo familiar y que ya están
próximos a cumplir la mayoría de edad. “Los chicos que llegan a los 15 o 17
años sin familia adoptiva, es porque ya han tenido otras experiencias que han
fracasado. Y tienen que hacer un duelo
después de ese ‘doble fracaso’. Para cada persona es distinto y eso lleva un
tiempo que puede ser años”, explicó.
De todos modos, la jueza remarcó la incapacidad de los padres
adoptivos como la traba principal que impide consolidar los vínculos con sus
hijos. “La relación no fracasa porque el niño quiere fracasar, sino que los
padres no tienen las fuerzas y energías para construir sobre lo construido. Les
cuesta mucho reciclar, que es barajar y dar de nuevo una vida familiar”, sostuvo.
“Si bien la adopción hoy está construida desde el
niño, los que tienen que hacer el laburo y el trabajo sucio de mucho
emprendimiento son los adultos. El niño nunca falla. Si son adultos y hacen los
deberes, ese chico se queda para siempre en la casa”, aseguró, y agregó: “En mi
experiencia, las adopciones fracasan por
la ineptitud y el no poder de los adultos. Cuando un día llega un hijo, desde
ese día hay que comenzar a vivir en función de ese niño, y hay algunos adultos
que pueden y otros que no”.
“Cajas vacías” que llegan a los hogares
En su vasta
experiencia como Jueza de Familia, Clara Obligado rememoró en la entrevista
algunas de las fuertes historias de vida que han atravesado a la infinidad de
niños y familias que pasaron por su juzgado.
Fue así que puntualizó en el caso de una nena de apenas 5 años, que ya
debía hacerse responsable del cuidado y la alimentación de su hermana.
“Ella tenía que despertar a la madre para que le dé la teta a la bebé.
Iba hasta a su habitación y luego se la ponía en el pecho para que la amamante.
La mujer, ni se enteraba: estaba totalmente dormida y drogada”, relató la magistrada.
Sin embargo, en la diversidad de las historias de
vida que recordaba la jueza había un factor en común que podía advertirse con
claridad: la falta de afecto en los niños. “El hijo adoptivo es una persona que
necesita mucho afecto, que no lo tuvo de niño y si lo tuvo lo tuvo mal, y
cuando llega a la casa de los padres adoptivos es alguien vacío que requiere
durante un tiempo que lo llenen”, explicó al respecto, e insistió: “Tiene que
haber mucho entendimiento del padre adoptivo”.
En este sentido, la titular del Juzgado de
Familia Nº5 hizo mención de las sensaciones que le había transmitido tiempo
atrás una adolescente de 14 años, que ya tenía familia adoptiva: “Yo soy como una caja – le explicó la joven a la jueza - van a buscarme, vos me elegís la
familia, me la presentás y me llevas. Cuando llego a la casa, todos están atrás
de esa caja con moño. Porque es algo que atrae, es una sorpresa, una alegría.
Pero cuando me abren esa caja está vacía, y lo único que pueda dar es mi
imagen. Soy una foto sin nada detrás. Necesito que nos llenen de afecto, de
cuidados, de leyes, de normas, de reglas, de retos, de penitencias, amor,
abrazos viajes. Y cuando la caja se llena recién ahí puedo empezar a devolver
algo de afecto, amor y una caricia”.
Al seguir
refiriéndose a las situaciones de los chicos que logran ser adoptados a mayor
edad, Obligado reconoció algunas actitudes distintivas de esos jóvenes que
tienden a “intentar estirar un poco más esa juventud”. “Cuando son más grandes los hijos adoptivos hacen como un retroceso.
Teníamos un caso de un nene de 10 años, con una hermana de 11, y la madre nos
contaba que cuando estaban mirando la televisión el niño se sentaba en su
regazo y se acurrucaba como un bebé, y se quedaba así. Lo que él quería
evidentemente era estar en el regazo para construir ese útero exógeno que es el
abrazo de la madre”, graficó.
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