Por Valeria Barberis, Yanina Deluca y Sofía
Lorenzana
Según el artículo 14 de nuestra Constitución Nacional, “todos los
habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes
que reglamenten su ejercicio; a saber: […] de enseñar y aprender”. Según la
UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura), “la educación es un derecho humano fundamental, esencial para poder
ejercitar todos los demás derechos”. Sumado a estas citas, la Ley Nacional de
Educación (N° 26.206) sancionada en el año 2006 que regula y enmarca el
funcionamiento del sector educativo, señala que la educación y el conocimiento
son un bien público y un derecho personal y social, garantizados por el Estado.
El Estado debe garantizar y promover el goce efectivo del derecho a
aprender junto con todos los demás derechos humanos, ya que en teoría la
persona encarcelada sólo está privada de su libertad de forma momentánea. Por
ende, el derecho a aprender, el cual vamos a tratar en este caso, debe poder
practicarse con total normalidad.
Esa es una frase que podría ser escuchada en cualquier ámbito
estudiantil. Por estas épocas, alumnos de todos los colegios comienzan a
plantearse su futuro. Pero, ¿qué sucede cuando parte del futuro ya está
predeterminado? ¿Cuándo las chances de conseguir ese objetivo son tan mínimas
que nadie cree que sea posible? El Estado debe establecerse con fuerza.
La cárcel es el lugar en el cual terminan aquellas personas que, en su
mayoría, no han gozado plenamente de educación, trabajo, salud, vivienda y otro
tipo de garantías y derechos que el Estado debe proveer. Muchas son las
investigaciones y trabajos que analizan la responsabilidad y las consecuencias
de un Estado ausente.
En este caso, vamos a interiorizarnos en la situación del Complejo
Penitenciario Batán, el cual está conformado por las unidades 15, 50 y la
Alcaidía Penitenciaria (ex U. 44). Allí, son cinco los lugares para poder
ejercer el derecho a la educación: Escuela Media N°14, Escuela Técnica N°3,
Centro de Formación Profesional N°408, Escuela Primaria N°734 y a través de
distintos convenios con la Universidad Nacional de Mar del Plata. Casi la mitad
de la población carcelaria está estudiando en alguna de las instituciones.
Si bien
estas instituciones tienen como principal objetivo impulsar un derecho
fundamental como la educación, los intereses por los cuales los internos
deciden estudiar dentro de los penales son variados. Algunos de ellos utilizan
las diferentes opciones educativas para ocupar parte de su tiempo y poder
olvidar, al menos por un tiempo, su condición
de encierro. “El vínculo acá es muy importante, y afuera
también. Muchas veces, se acercan por una cuestión de conveniencia, pero
después terminan siendo parte de la escuela porque quieren, porque están
comprometidos. Se sienten contenidos”, cuenta Gabriela Orsi, profesora
de biología y física.
Por otro lado, hay quienes utilizan los estudios a modo de “carta de
presentación” ante la justicia, porque pueden llegar a servirle para obtener
beneficios, como por ejemplo, la disminución de parte de su pena por buena
conducta.
Las instituciones cuentan con profesores que eligen trabajar allí por
voluntad propia y por la pura vocación de enseñar: 15 en la escuela técnica, 20
en la media y 15 en el centro de
formación. Los docentes no cuentan con ningún tipo de capacitación. A partir
del año pasado, es posible realizar una carrera post – título en el Instituto
de Formación Docente Nº 19, para trabajar en el contexto de encierro. En base a
esto, desde el Complejo Penitenciario, buscan realizar algún proyecto en
conjunto con la institución.
Además, para continuar promoviendo el derecho a la educación en la
población de los penales, los docentes y los coordinadores impulsaron el Plan
de Alfabetización. Se aprovechan las instituciones y a los mismos internos como
tutores de otros. Funcionan a modo de nexo entre la institución y el alumno,
brindando no sólo ayuda en los estudios
sino también apoyo moral y contención.
La duración de los estudios depende del nivel de formación previa que
haya tenido el interno. En primer lugar, se les realiza una nivelación para
ubicarlos en la institución correspondiente. Muchos de ellos ni siquiera
cuentan con el nivel básico de alfabetización, por lo que se les brinda la
posibilidad de aprender a leer y escribir para luego continuar con los ciclos.
Si bien no se requiere ningún tipo de documentación para estudiar dentro de los
penales, sí se necesita a la hora de expedir los certificados. Claro que en
algunos casos la falta de documentación de los internos dificulta la
realización de los títulos. Según cuentan los coordinadores de las áreas,
existen casos de gente que cursa todo el año pero nunca consigue su
documentación, por lo cual no puede acceder al título. Es importante destacar
que el certificado de finalización de estudios es el mismo que para cualquier
otro establecimiento, en ningún momento se detalla que hayan sido terminados
dentro de un penal. Reinaldo
José Gruf, secretario de la Escuela Media N° 14, explica que: “En
contenidos tenemos la orientación del plan que creo que es acorde al contexto
social. Pero también, como decimos nosotros, está en la calle. Es el mismo
plan, las mimas materias que cualquier escuela. Salen de acá y pueden seguir
estudiando.”
En un principio, el promedio de edad de los internos que elegían
estudiar era de 40 años, aproximadamente. Actualmente, el impacto de la droga
en la juventud se hace notar y el promedio roza los 18 años.
El nivel educativo con el que llegan a la cárcel es muy bajo. En la
mayoría de los casos no tienen comprensión lectora. “Un alumno que tenemos hace
muchos años nos contó todo su caso y nos explicó que ha firmado cosas que no comprende. Que es lo que hacen todos, hay
dos o tres que más o menos entienden y son los que interpretan y ayudan a los
demás. Esa situación es tremenda, por eso el primer año está orientado a
comprensión lectora, trabajamos más que nada eso, y en segundo se nota
muchísimo el cambio” describe Gabriela.
La implementación del sistema educativo en una
institución carcelaria tiene sus dificultades. Debe convivir una institución
dentro de otra; la escuela en la cárcel. Y para eso se deben articular muchas
cuestiones, como por ejemplo los horarios de comidas y las medidas de
seguridad. En ese aspecto hay una gran diferencia con una escuela de afuera.
En lo personal, el trabajo de los profesores es
muy gratificante porque se sienten útiles: “Venís y decís: “Mañana no hay clases porque
es feriado”, y te responden: “Uh, que garrón, ¡no me digas!”. Esa es otra gran
diferencia, acá te están esperando desesperados, y se siente que lo que uno
tiene alguien lo valora. Como que nuestro trabajo cobra mayor sentido, acá hay
mucho afecto”, comenta la profesora de biología y física. Dentro de
cada unidad penitenciaria hay diferentes regímenes de encierro, por lo que para
algunos el momento de ir a la escuela es la única salida que tienen, aunque la
escuela se encuentra en la misma unidad que él está alojado.
Para muchos internos, la escuela se transforma en
un espacio de libertad, el único lugar donde se encuentran con eso que
perdieron. Al final es la escuela la que traspasa los muros. Porque la educación es, para todos, el arma para la
libertad.
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