Por Micaela González,
Sasha Müller y Cleopatra Torres
En Mar del Plata hay 213 personas que no tienen hogar. 120 viven en la vía pública. 20 viven en la calle por ser adictos. 170 son adictos por vivir en la calle. 213 personas en una ciudad como Mar del Plata no pareciese ser una cifra estrafalaria. Pero, hay que tener en cuenta que esta cifra la da el gobierno. El mismo gobierno que no tiene un solo asilo municipal de asistencia permanente y cuyos únicos centros de atención (El campito, El grillito, ente otros) tienen como principal regla de convivencia “no ingresan ni drogado ni alcoholizado”.
-Muchas personas prefieren vivir en la calle
antes que tener que adaptarse a las reglas de una institución- reflexiona
Liliana.
Liliana y Juan Carlos, los referentes de la
Noche de la Caridad en la parroquia San
Cayetano ubicada en Násser y Moreno fueron quienes mostraron su descontento
ante las formas que optó el gobierno para solucionar o contener a las personas
en situación de calle.
San Cayetano es una de las once iglesias
cristianas que tiene asignado días y zonas en particular para distribuir abrigo
y alimentos a quienes más lo necesitan. Cada lunes menos el primero de cada
mes. Sopa, polenta, fideos, estofado, carne. Lo que consigan, lo que la gente
done. Lo que se pueda. Siempre lo que se pueda.
“Son siempre las mismas caras”, reflexiona
Juan Carlos. “Se agregan algunos rostros nuevos pero, en esencia, son siempre
los mismos. Algunos piden ayuda pero cuesta que esto ocurra”.
Liliana y Juan Carlos son pareja hace más de
veinte años. Tienen un hijo, Rodrigo, que cada dos por tres pierde sus
documentos. Es adicto. “Que ironía, uno es capaz de ayudar a los otros pero no
a su propio hijo”. La tristeza e indignación se refleja en los ojos de Liliana.
Mira por la ventana y se pierde. Ve pasar los momentos. Cada llamado de la
policía, cada llamado de su hijo, cada ida al registro civil. Cada grito de
ayuda.
Próxima a la capilla, San Cayetano cuenta con una habitación gigante donde se guardan las donaciones de los contribuyentes y donde los chicos que están por tomar la comunión realizan eventos solidarios. Hay una cocina. Allí preparan las 260 bandejas que reparten cada lunes. Parece ser que San Cayetano está excedido de donaciones. ¡260 bandejas a distribuir en el Materno Infantil, el hospital regional, zona centro y zona ferrocarril mientras que en toda la ciudad son tan solo 213 las personas en situación de calle!
Mientras Vilma Baragila, por entonces
concejal, anunciaba la creación del primer refugio municipal en la intersección
de San Juan y Juan B. Justo, Miguel la miraba esperanzado. Él vivía en la
calle, a mitad de cuadra. El refugio sería en la esquina. Estaba cerca, era su
zona, “su gente”. Era la posibilidad de restaurarse socialmente. Era la
posibilidad siempre y cuando Mar del Plata viviese en una eterna época de
campaña electoral. Sólo eso, una estrategia política. Las falsas promesas
recaudadoras de votos.
Hoy, Vilma Baragiola es secretaria de
Desarrollo Social. Hoy, Baragiola dice no recordar sobre esta propuesta pero su
“memoria puede fallar”. Hoy, Miguel está
muerto a causa de neumonía.
Liliana pasa del dolor que mostraban sus ojos
hace instantes a la indignación. Se le enerva la sangre. Lo cuenta y hiere,
sangra por la herida. No puede creer lo que vivió. No comprende cómo es posible
que quienes deben defender a las personas, aprovechen la situación a su favor.
Ven a decenas de personas pasar hambre y frío. “Somos un voto más. No te das
una idea cuantas veces vinieron concejales a figurar. A hacer política con
nosotros. Vienen, prometen y desaparecen. Ya no más. No quiero tener nada que
ver con ellos”.
Sigue. Continúa. Irradia malestar. Cada lunes
ella y su marido reparten comida, hablan con los jóvenes, con los más ancianos.
Conocen a varias personas en situación de calle, varias personas que tienen
hogar pero no tienen que comer, varias personas que tienen necesidades. Lo ven
desde dentro. Para muchos, son sólo números. “Las 213 personas en situación de
calle”, repiten. Para ellos, son sus amigos. Conversan, saben la vida de este y
del otro. Los conocen, pasan el rato. Cuando sobran bandejas, incluso cenan
juntos. Saben si estudian, si trabajan, cuántos hermanos tienen, en que barrio
nacieron, cuándo es su cumpleaños. Lo viven desde dentro. Los indigna. Lo
demuestran. “No sé si era Juampi. La edad no coincide pero la descripción
física sí. No, no, vos estás hablando de Santiago. Claro, en frente a la plaza,
donde está la pinturería. Nunca se quiso ir de ahí”. Se confunden. Son más de
las 213 personas que nos quieren hacer creer. Juampi es Juan Pablo Ramos, el
hombre que fue expulsado de un parador social por “agresivo” y por encontrarse
bajo los efectos del alcohol. Amigo de
la pareja. Uno más al que el estado le dio la espalda.
“Nosotros sabemos que no podemos arrastrar a
nadie a lo que no quiere hacer", dijo Baragiola cuando se le preguntó por
la muerte de Juan Pablo. “Yo no le puedo imponer a ningún funcionario la
obligación de llevarlo por la fuerza”, agregó. De nadie es la culpa y a la vez
es de todos. Una persona murió en la calle, parece que a nadie le importa. No
existen protocolos efectivos o por lo menos no se los implementa. Una persona
que se encuentra bajo efectos de la droga
o el alcohol, ni hablar si presenta actitudes violentas, no puede quedar en la
calle. El municipio no lo entiende, busca excusas para evadir el tema.
“Nos da mucha pena, a nadie le gusta cruzarse con este tipo de situaciones, pero las adicciones y el frío hacen un combo explosivo”
“No podemos permitir desmanes”, esa es la
explicación que dieron desde el Palacio Municipal acerca de la expulsión de
Juan Pablo Ramos del Campito. "No podemos permitir que en un estado alto
de consumo o ansiedad producto de la falta de otras cosas provoque desmanes con
el resto de las personas”, dijo la secretaría Vilma Baragiola para justificar
lo injustificable. La desatención del estado que provocó una lamentable
perdida. La misma frase que repiten de memoria desde para lavarse las manos,
para sacarse la culpa de encima.
“Siempre hacen los relevamientos en verano.
Quieren saber dónde están, en qué puntos de la ciudad. Afean el panorama. Los
corren de sus lugares. Ni hablar si están radicados por el centro o por Güemes.
No quieren que el turismo los vea. Los esconden. Sólo eso. Los esconden.
Durante el resto del año, ya no son asunto del gobierno. Al menos, hasta el
próximo verano o las próximas elecciones”, cuentan, se lamentan, se indignan
Liliana y Juan Carlos.
La oposición no se guardó sus comentarios.
Santiago Bonifatti, Presidente de Acción Marplatense, compartió un malestar
similar al de Liliana y Juan Carlos. Malestar que no debe tener más de 11
meses, cuando abandonaron la gestión. Uno no debe olvidar qué durante el
gobierno de Gustavo Pulti, más precisamente en 2015, se proclamaba: “No tenemos
chicos en la calle.”
Pero ahora la cosa es diferente, la oposición
se muestra descontenta. La actitud positiva se disipó en tan sólo pocos meses ymuestran una preocupación inminente: "El municipio necesita más
refugios", se necesitan
"planes de gobierno", se
necesita "gestión". Similar a una receta de cocina.
Como si se hablara de otro tema, de otra
realidad. Desde el municipio aseguran tener contralada la situación y estar ejerciendo la mejor labor. “Trabajamos las 24
horas buscando personas y atendiendo denuncias”, aseguró, se defendió
Baragiola. “Para que nosotros podamos tener una efectividad del cien por ciento
tendríamos que cambiar las leyes", se justificó la secretaria.
La pelea política sigue. Hay que hacer esto y
lo otro. Pasan gestiones, años enteros y las mismas personas siguen durmiendo
en la vereda. Los números van variando: 100, 200 personas. Números,
estadísticas, dato duro. La gente les pasa por al lado. Son invisibles, o tal
vez no los quieren ver. No quieren ver la decadencia de la sociedad. El fracaso
de muchísimas gestiones. De muchos planes. De muchas promesas. No se quiere
conocer sus historias, interiorizarse, tener conciencia de lo que padecen para
así no acordarse de ellos en los días de temporal.
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