Por Gastón Cánovas
Si me ven hoy probablemente no entiendan por qué alguna vez fui uno de
los íconos arquitectónicos del barrio La Perla. Tengo los
postigos despintados, se me caen las tejas, mis balaustradas están podridas y
llenas de musgo. Mis herrajes quedaron corroídos por el óxido del mar que
durante tantos años miré desde lo alto de la loma de Santa Cecilia, hasta que
me dejaron “ciego” con otra construcción más alta que yo. Bueno, no sólo el mar
me oxidó, parece que también hizo su parte el olvido. Durante muchos años no
destrabaron mis cerraduras, no giraron mis picaportes, no destrancaron los
postigos. Tan poco importo como soy, se ve, que corro el riesgo de dejar de ser
yo mismo.
Hace casi sesenta años
fui el proyecto de un ingeniero que vio en el mar mi forma de ser. Para
volverme fiel al pintoresquismo español, vino un artista, Catteruccia era el
apellido, y me talló en el frente una representación del Quijote de la Mancha. A pesar de que
mi nombre es Plus Ultra (Más Allá), por el lema de España, gracias a este
muchacho los vecinos me empezaron a decir “el chalecito del Quijote”.
Soy… o fui imponente. Las
columnas de piedra robustas de la galería sobre el galardón de Don Quijote
hacen las veces de piernas que sostienen la superestructura de mi tercer piso.
Mi rasgo más característico es el balcón empotrado con balaustres de madera y hasta
tengo una corona, el escudo de armas de la familia.
Los Huerta me habitaron
durante años. “Qué linda casa la suya, señora Huerta”, se escuchaba a una
vecina. “Señor Huerta, que garaje tan grande” (me entran dos autos), decía
otro.
Y bueno, garaje grande
voy a seguir teniendo. Más grande, incluso, cuando me anexen un pedazo cúbico y
desabrido. Dicen que la nueva construcción va a mantener los parámetros
estéticos y tecnológicos actuales que no están tan mal vistos. Pero, ¿me
imaginan al lado de semejante quilombo de vidrio, pisos flotantes y sillas
Barcelona?
Mis vecinos me van a
dejar de querer y los Huerta ya no están para defenderme. En el barrio convivíamos
en armonía, los escandalosos edificios nuevos llenos cortinas black-out y sin
ningún rasgo arquitectónico característico se quedaban en la costa tapándole el
sol a los que eligen el balneario Alfonsina para pasar el verano. Y nosotros,
los antiquísimos chalets, estábamos resguardados de sus impertinentes fachadas
adentro de la loma. Ahora voy a ser víctima de los cuchicheos de las vecinas
que se quedaron sin sol en los jardines y tienen las hortensias llenas de
polvillo, de las palabrotas en voz baja de cada chica piropeada por pasar
frente a la obra, de los bufidos de los empleados de Obras Sanitarias que van a
tener que hacerle un mantenimiento mayor a las cloacas y desagües de la cuadra,
porque a mí no me van a venir a decir que estas moles tiran la misma cantidad
de aguas negras que uno.
No me voy a acostumbrar
a que los fotógrafos dejen de venir a inmortalizar mi Quijote de piedra. Seguro
se vayan para 3 de Febrero, donde ahí todavía, y sólo todavía, se mantienen los
chalets de uno o dos pisos. Estoy arrumbado, viejo, descascarado, chorreo
humedad y mis metales contagian tétanos. Pero hoy, así como soy, me siento más
vivo de lo que me voy a sentir el día de mañana cuando un gigante moderno y
frío opaque mi fachada.
2 comentarios:
Estimado, pensar que esta belleza del diseño pueda desaparecer, ya no sorprende a nadie, se ha establecido con la construcción de esas "cajas de zapatos apiladas" que todo vale, no hay respeto con la identidad arquitectónica marplatense, esa zona está rodeada de estructuras muy bellas y especiales, pero... el progreso manda. Espero que no llegue a quedar como el Chateau Frontenac, mas cerca de la picota que de su reparación. Muy bueno tu interés por la divulgación de estas circunstancias, muy cordiales saludos, Jorge H. Seco
Triste pero verdadera realidad. Tpmar conciencia para no perder las caracteristicas de una hermosa y particular ciudad.
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