Un ratito más



Por Eugenia Pandín, Florencia Perissé y Gonzalo Gobbi

La luz comienza a aparecer a través de las endijas de la ventana, el ruido del aparato que marca el tiempo de nuestras actividades empieza a sentirse, los ojos pesan y el cuerpo no quiere reaccionar, una vez más hay que madrugar.
La mayoría de los alumnos que cursan de mañana coinciden en el malestar que les provoca tener que levantarse cuando el sol recién está apareciendo.
El clima es una de las variantes que hacen que se vuelva cada vez más difícil tener que despertar y comenzar con las actividades diarias. Las mañanas grises, esas en donde el sol apenas se alcanza a ver y el cielo no quiere mostrar su color celeste, parece ser el enemigo principal. Allí es cuando las sábanas y frazadas se convierten en el escudo perfecto contra el día que no quiere mejorar.
Durante el invierno donde la luz del sol demora en querer brillar, y el reloj informa que ya es hora de abrir los ojos, tener que ver la oscuridad a través de la ventana y las luces eléctricas de los vecinos, que parecen luciérnagas, crea una necesidad casi sobrenatural de quedarse aferrado a los barrotes de la cama. La mente no quiere reccionar y solo busca excusas, a veces hasta impensadas como sentirse mal, cuando en realidad la noche anterior pensábamos en todo lo que teníamos que hacer y queríamos que ya fuera la mañana para llevarlas a cabo, pero la noche parece borrarnos la memoria.
El desvelo es otra de las causas que provocan que levantarse temprano parezca ser un castigo. Muchos de los alumnos sufren de insomnio, las noches (ayudas memoria del pasado, analistas del presente y precursoras de innumerables proyectos) parecen ser eternas cuando nuestros ojos no quieren cerrarse. Nuestra cama se vuelve cómplice de nuestros movimientos, a veces hasta piruetas, que hacemos para poder conciliar el sueño. Lo que provoca el abandono total de nuestras sábanas, cansadas de los tirones, que se desprenden de todos los bordes de la cama.
El reloj a veces también nos juega una mala pasada, muchos ponen sus despertadores varias horas antes para poder apagarlo y seguir durmiendo, como si de esta manera pudieran, de forma mágica, alargar las horas.
Pero a veces esto nos juega en contra, a quién alguna vez no le pasó de apagar el reloj, cerrar los ojos y abrirlos nuevamente para darnos cuenta que ya había pasado más de media hora de la última vez que vimos el despertador.
Ese rectángulo, cubierto de sábanas y frazadas, esa almohada, cómplices de nuestros sueños, se convierten en la solución a nuestro cansancio, en los culpables de las faltas a nuestras cursadas, en los causantes de las llegadas tardes. Es una relación de amor y odio que generalmente nos vence, cuando decimos: un ratito más...

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